Primeros Capítulos

A Charo, mi esposa, por enseñarme que las cosas oscuras tienen su luz.
A David, mi hijo, por hacer que esa luz se convierta en realidad

CAPITULO 0
EL RENACER

El grupo de sacerdotes avanzaban con paso firme entre una multitud congregada a la espera
de la Cruz de guía. El cielo, aunque amenazaba desde hacía unas horas con descargar un
aguacero, estaba dando una tregua.
La Plaza del Salvador estaba inundada de personas que habían aguardado horas para ver la
entrada del señor Jesús de la Pasión. Las puertas de la anterior colegiata, y anterior
mezquita de Ibn Adabbás, permanecían cerradas a cal y canto esperando la llegada que se
supone será inminente.
La oscuridad de la noche hace que la plaza esté en penumbra. El alumbrado eléctrico de la
plaza está apagado ante la llegada de la hermandad.
Los clérigos visten de túnica negra con alzacuellos, menos uno, el mas joven, de cabellos
rubios y de compresión fuerte, que lo hace con camisa con alzacuellos y pantalón negro.
El mayor de ellos, delgado y con la cara chupada, con sotana hasta los pies, con cinto rojo
sobre la cintura y solideo del mismo color sobre su cabeza, similar el utilizado por el pueblo
judío, parece llevar la voz cantante del grupo. Un chico de unos veinte años de edad lo
acompaña vestido con camisa blanca, con todos los botones abrochados y pantalón,
perfectamente planchado, beige.
No pasan desapercibidos por un grupo de chavales que aguardaban en la plaza, aun por la
oscuridad reinante en todo el lugar. Uno de esos chicos se rio por lo estrafalario que le
resultaba el gorro rojo. El sacerdote rubio se percata de la burla y aparta de un codazo al
chico. Ya sea por respeto, o porque no quiere pelearse con un sacerdote hace como si nada
hubiese pasado.
Ricardo Gómez espera sentado en una silla de madera la llegada del cristo de su
hermandad. La obesidad que tiene le impide salir de nazareno sin asfixiarse. El hermano
mayor le había aconsejado aguardar dentro la llegada, pero el, como buen hermano, optó por
esperar afuera a verlo entrar por la puerta. A sus pies cientos de cáscaras de pipas reposan
en el suelo.
Hace mas de dos años que ocupa el puesto de director general de una sucursal bancaria
importantísima en la capital andaluza. A su lado su mujer e hijos sentados igualmente en
sillas de madera. Completan el grupo unas veinte sillas mas, con diversos hermanos
enfermos que no han podido hacer la estación de penitencia.
La pesada puerta del templo se abre dejando ver la penumbra de su interior. A los pocos
minutos la cruz de guía acompañada de nazarenos de negro ruan entran en su interior a la
espera de los demás hermanos y del cristo. Cientos de nazarenos pasan uno a uno y en fila
de dos por la rampa de madera hasta el templo.
El grupo de sacerdotes se paran a escasos metros del banquero. Una saeta rompe el
silencio en la lejanía. Las luces de los ciriales adelantan la cercana llegada de la hermandad.
Al terminar el cante el sonido del llamador de plata ordena a la cuadrilla de costaleros que
avancen. Con un duro esfuerzo levantan el paso neobarroco de cuatro faroles. El sonido de
las zapatillas de los hombres rozando el suelo adoquinado que lo llevan es escuchado entre
un silencio sepulcral.
El sacerdote del gorro rojo le dice algo al oído al rubio. Este asiente mientras el otro y su
séquito abandonan la plaza en dirección a la calle Cuna. El clérigo rubio avanza unos metros
mas entre la multitud hasta estar detrás del obeso hombre, sin ser visto por nadie, ya que 
todas las miradas estaban viendo el paso de la talla de Juan Martínez Montañés con la túnica
de terciopelo morada que parece caminar entre los congregados con paso lento y pesaroso.
El imponente paso hace el recodo para enfilar la rampa de acceso al templo, parando antes
de nuevo cinco minutos para ser contemplado en su esplendor.
Al cabo del tiempo reanuda su marcha pasando enfrente, y a pocos metros, de los
agraciados que lo esperan sentados en las sillas. La multitud contempla como los costaleros
se afanan por subir la cuesta de madera dejando que el señor sea admirado por todos con
paso solemne.
Ricardo nota una mano sobre su hombro izquierdo, gira la cabeza lo justo para no perderse
la entrada del cristo. La mano parece estar llamándole. Se gira mas para saber quién osa
interrumpir ese momento por el que lleva esperando un año justo.
Un dolor punzante le atraviesa el cuello desde el otro lado. El rubio tapa con su mano la boca
del banquero dejando ver en su interior tres puntos negros tatuados. Los ojos azules del
verdugo se clavan en los de su víctima sin que nadie repare en su presencia. La majestuosa
talla del cristo avanza con paso firme frente a ellos, tan solo alumbrado por los flashes de las
cámaras de fotos. Todas las miradas, incluidas la de su esposa, están puestas en el cristo.
Con un giro de muñeca mueve la hoja incrustada en el cuello del banquero. Este nota como
el dolor lo arrastra. No puede gritar debido a la hábil mano del rubio. Un líquido caliente le
cae por dentro de la camisa empapándola. Nota como la respiración le cuesta mas de lo
normal y como poco a poco le va entrando ganas de dormirse. La manos derecha intenta en
vano escaparse o quitar la mano del rubio que le oprime en la boca. Sus pies poco a poco
pierden fuerzas. No hay nada que hacer se teme.
Poco a poco va dejando este mundo sin importarle a nadie. En un brusco movimiento su
alma abandona el obeso cuerpo. El rubio aparta la mano y se limpia en la chaqueta del
banquero. El paso del cristo avanza por su camino. El asesino se mete la mano en el bolsillo
del pantalón para sacar una bolsa roja. La abre y sin tocar el contenido lo tira a los pies del
banquero. Cinco monedas de euro hacen compañía ahora a las cáscaras del fruto seco en el
suelo impregnadas de sangre.
El rubio se da media vuelta y se pierde por las calles sevillanas abarrotadas de personas que
esperan ver la madrugá.
El crimen no ha sido visto por nadie, salvo un enclenque carterista que ya se había hecho
con alguna cartera que vio como el rubio se perdía por la oscuridad de las calles sevillanas.
Incluso las cámaras de vigilancia no han podido encuadrarlo debido a la obstaculación del
paso con la imagen grabada. Los policias nacionales que custodian la talla tampoco se han
dado cuenta de nada. Todos estaban atentos a la entrada del paso.


CAPITULO 1
EL SECRETO

Valladolid, 19 de Mayo 1506

La tarde de ese sábado se extinguía con la rapidez que se extingue los amores de
primavera, el sol estaba buscando cobijo entre las numerosas nubes que había. La luz
anaranjada del astro proyectaba sombras a través de la ventana de esa fría habitación. Allí
estaba el, tumbado en un camastro empapado de su propio sudor, mientras otro, pluma en
mano, escuchaba atento sus palabras sentado en una sucia silla de madera.
Como capricho del destino, empezó a llover con ímpetu tras haberse levantado un viento que
hizo que la enorme ventana se abriera de par en par. Los papeles del hombre de la silla
habían empezado a danzar al compás del viento que entraba ahora con fuerza desde fuera.
Levantándose de la silla se dirigió a la ventana con el objetivo de cerrarla. Le fue difícil, la
ventolera que se había desatado parecía la de un ciclón.
Las tormentas primaverales era algo que divertía al encamado que observaba alegre la
escena. Alguna que otra tempestad tropical había vivido en sus años mozos.
En la estancia de al lado un joven sirviente de unos quince o dieciséis años, con cabello rubio
y algo enclenque, se afanaba en prepararle una sopa a base de arroz y pollo, acompañado
por un trozo verdoso de pan de centeno, tal y como había recomendado el doctor que vino a
visitarle hace rato ya.
Los ojos del encamado, que no rondaba más de cincuenta años, pero que aparentaba tener
quince mas estaban como ausentes, como navegando entre las olas de algún recuerdo
intentando revivir tiempos pasados, tiempos en los que la fortuna le sonreía con ganas.
Por sus manos había pasado una gran cantidad de dinero antaño, aunque ahora le dolieran
los oídos de escuchar constantemente el rumor que recibía una fuerte suma de la corona por
los servicios prestados. Aunque andaba tirando lo justo para sobrevivir, lo cierto es que
estaba endeudado hasta la médula, mas aún ahora, en lo que el desabastecimiento y la
carencia de alimentos para la clase mas humilde hacia mella en las barrigas.
El sirviente entró en la habitación. Sobre sus frágiles manos sostenía un cuenco de barro con
la sopa recién hecha.
El escribano le cogió el cuenco al chico, que no dejaba de mirar fijamente al encamado.
– Encuentra la felicidad en el trabajo o no serás feliz – El enfermo se había
incorporado con dificultad en el camastro –
El chico asintió con un leve movimiento de cabeza como dando a entender que recibía el
consejo dado por el anciano.
– Tómese la sopa almirante y luego podemos seguir con su testamento – dijo el
escribano.
El hombre que se mantenía sentado a su lado había dejado la pluma e intentaba que el
anciano se tomara el alimento con el esfuerzo que un padre toma con su hijo que no quiere
una comida porque no es de su agrado.
"Almirante" , una melancólica sonrisa se dibujó en la cara del anciano al oír esa palabra que
antaño era escuchada por sus oídos de forma asidua. Ahora ese título le sonaba lejano al no
poseerlo ya, debido al encarcelamiento y posterior degradado de la reina católica. Le dio una
extraña vitalidad ya que le recordaba tiempos mejores vividos.
– ¡Esto está ardiendo! . dijo el encamado al aproximar sus labios al cuenco.
Pedro de Enoxedo se afanaba para contentar al moribundo que esperaba su hora en esa fría
cama. En calidad de escribano de cámara esperaba impaciente ratificar el testamento
anteriormente redactado. Además, el enfermo había prometido contarle un secreto que
según el moribundo había compartido antes con la Reina de España Isabel de Castilla, arias
la Católica a raíz que el papa en el 1496 le concediera a ella y su esposo Fernando tal
apelativo.
La artritis que padecía no le impidió levantarse lo justo para sentarse en la cama.
– Le voy a contar algo que muchos andan detrás desde hace años pero que nadie
conoce – lo dijo casi en forma de susurro.
Hizo una pausa pensándose si debía o no desvelar aquel secreto que tenía guardado desde
hace años. Al fin de cuentas, ya no le quedaba mucho que vivir. Su vida había tenido todo el
empujón como para no detenerse en ella ni un minuto. Ahora todo le daba igual.
– Lo que le voy a contar debe mantenerlo en secreto, hasta el día señalado – los
ojos del “almirante” estaban fijos en los del escribano.
¿Pero como iba a saber este el día señalado que se refería?. La cabeza del notario era un
mar de dudas. No entendía el porqué lo había elegido a el. Además, tenia ganas de acabar
cuanto antes con ese trabajo para irse a su casa antes de que el tiempo empeorara mas aún.
– Almirante, yo sólo estoy aquí con la misión de redactar su voluntad..- el escribano
se mostraba desconcertado ante tales palabras.
– Calle y escuche, ya tendrá tiempo de poner mis voluntades... ¡Ni que me vaya a
morir esta misma noche!.
– "En septiembre de 1492 – empezó a contar la historia como quien narra un cuento
a los niños - salimos de las Islas Canarias con el cambio de velas a la carabela
llamada "La Niña" lo que la hacia mas rápida, aunque "La Pinta", que era otra
embarcación seguía siendo la mas veloz de la flotilla, perdón, de la flota – el
anciano siempre había mantenido su postura sobre ello -
El rostro del anciano se había empezado a iluminar. El esfuerzo por llegar a los recuerdos le
producía una extraña felicidad, similar a la que tenía ese mismo día que salió desde el Puerto
de Palos.
Aún hoy tenía grabados en la memoria las miradas y el desprecio que encontró en Portugal,
mas concretamente en su rey, Juan II, y en sus consejeros. Pero en Castilla también se 
había encontrado infinidad de veces con las puertas cerradas hasta que la mano providencial
de la “Madonna” se había apiadado de el.
 Sin parar de hablar cogió el vaso de agua que descansaba en la mesa auxiliar y se la llevó a
la boca con cierta dificultad. El escribano comprendió que esa noche iría a ser larga así que
se acomodó en el respaldo de la silla con resignación.
El joven sirviente, ataviado con jubón rojo y un cinturón dorado prestaba atención a las
palabras del viejo detrás del notario.
" Habían pasado ya algunos meses y mi tripulación estaba cansada, y algo molesta ante la
utopía de mi gesta. Nunca antes habían hecho ese viaje, y desconocían si verían tierra.-
empezó a contar un emocionado Cristóbal Colón. El escribano pudo notar un brillo en los
ojos del marino.
"La Pinta" abría paso por aquel mar aquella noche de lluvia y frio, capitaneada por Martín
Alonso Pinzón, quien aquella misma noche había tranquilizado a la tripulación, la mayoría
delincuentes que estaban allí “pagando” parte de su condena. Lo cierto es que Martín evitó
un motín del que igual no hubiera salido con vida.
 - Demosle tres días de margen, y si no avistamos tierra nos largamos de toda esta mierda.
Aquellas palabras de Pinzón me molestaron, pero yo estaba seguro de mis cálculos, estaba
seguro de que tarde o temprano divisaríamos tierra.
Aun me puedo imaginar a ese joven, de Triana creo recordar que le tocó subir a la cofa para
avisar a la embarcación de posibles peligros.
Me lo puedo imaginar aun, como iba diciendo, muerto de frio, con la lluvia calándole hasta
los huesos, sin esperanza de encontrar nada, salvo agua y mas agua, pero con una
oportunidad de hacerse con los diez mil maraveries que los Reyes Católicos ofrecían al
primero que divisara tierra.
Lástima para el pobre vigía que yo me hice con esa recompensa, al decir que dos horas
antes divisé luces. Seguramente ese dinero le hubiera servido mas a el que a mi, pero la sola
idea de riquezas me cegaban, y hoy me doy cuenta que por mas dinero que tengas la vida
es la vida, y donde un día estas en lo mas alto, al otro estás en el rincón mas bajo y sucio del
planeta, para acabar tus días postrado en una cama, como aquellos infelices del Hospital de
San Lázaro con la piel echa jirones por la lepra que saben que lo mas importante es disfrutar
el nuevo día que se te regala.
Hoy me arrepiento de lo que hice, pero en esa noche estaba bastante molesto con esos
holgazanes que solo sabían pedir y pedir.
El escribano hace rato había soltado su pluma y escuchaba atento los recuerdos del anciano.
“Yo iba en la Nao "Santa María" con treinta y nueve hombres igualmente molestos, no tenia
miedo, ya que estaba convencido de que veríamos tierra y les haría tragar a cada uno sus
palabras, sobre todo a ese prepotente de Martín Alonso.
No se lo tomo en cuenta, jamas lo hice. Esos marinos llevaban toda la vida navegando en
cabotaje, cerca de la costa y por lugares conocidos. Era la primera vez que se embarcaban mar adentro. Para ellos era toda una locura de un demente.
Deseché la idea de virar tal y como me aconsejaba Américo porque sabía que esas aves que
salieron a nuestro encuentro el catorce de septiembre no vuelan lejos de tierra.
Serían las dos de la madrugada, quizás era mas tarde. Lo cierto es que me encontraba
dormido cuando ya la lluvia había cesado. Se podía tirar jornadas enteras lloviendo con el
insistente goteo impidiéndome conciliar el sueño. cuando escuché aquel grito que me
llenaron los ojos de lágrimas, aquel grito que la tripulación de "La Pinta" estaban vociferando
por doquier.
Entonces lo vi, vi luces quietas en la lejanía, sabia que allí estaba lo que ansiaba buscar, una
ruta directa a las Indias, demostrar a todos y a mi mismo que la tierra no era plana sino
redonda. Por fin podía callar todas esas voces que decían que estaba loco.
Me vestí con mis mejores galas y salí de mi camarote dando órdenes a mis hombres. La
preciada tierra, preciada por todos cuantos nos encontrábamos sobre los barcos, estaba mas
cerca que nunca. Miré al cielo, dando gracias a la “Madonna”. De haber tardado una jornada
mas y yo hubiera sido el primero en reconocer mis errores. Hubiéramos regresado a puerto.
Pero eso ya no importaba. Ahora solo tenía que esperar a pisar tierra y a buscar algo por lo
que había sido contratado. Me tenía que reunir con el resto de la armada.
Aquel "Tierra a la vista" del trianero fue mi éxito en aquella gesta, pero mi perdición que me
llevaría hasta aquí.


CAPITULO 2
CRUCE DE CAMINOS

Allí estaba Carlos, de pie como un pasmarote mirando el sello que le habían puesto en la
credencial del peregrino.
Atrás, quedaba Ponferrada, desde donde empezó el Camino de Santiago. Llevaba un tiempo
enclaustrado en las cuatro paredes de su casa tras un año y medio de la muerte por cáncer
de mama de Alejandra, su esposa, que le había llevado a una depresión y un aislamiento del
que salió hace poco con la ayuda de algún amigo. Ahora, recuperado en parte se había
calzado las botas para andar y encontrarse con su yo mas profundo como el decía muy a
menudo además de combinar dos pasiones suyas: el senderismo y la historia.
Al final de ese año terminaba la excedencia que se había pedido en el Instituto de secundaria
donde impartía la asignatura de Historia a su grupo de muchachos, como a el le gustaba
decir, que le daban vida y esa forma de afrontar los problemas que veía de esos chavales
que el no tenia y que anhelaba encontrar. Desde siempre pensaba que su problema era que
no quería crecer, de ser un niño siempre, cosa imposible con sus mas de cuarenta años,
rozando ya la cincuentena, su barba recortada a la perfección con pequeñas mechas
canosas, su calvicie incipiente y su ya criada "barriga cervecera" como Alejandra la llamaba.
Se cogió la mochila, la cargó con lo máximo que podía, ropas, pares de zapatillas de deporte,
saco de dormir... gran error que luego se arrepentiría y le pasaría factura. No se olvidó de
meter su "Kit de supervivencia" compuesto por tres paquetes de cigarros y un mechero. Poco
podía imaginar que no solo empezaba la ruta xacobea, sino un viaje que lo llevaría
navegando entre el pasado y el presente.
En la Estación de Autobuses de Plaza de Armas de su ciudad, Sevilla, salió de madrugada.
En la dársena un grupo de personas esperaban impacientes la salida del autobús. Tras
presentar billete al conductor buscó su asiento y se sentó en la parte de la ventana.
Esperaba dormir algo. Una señora, de casi sesenta años, entrada en carnes se sentó a su
lado. Tras una breve presentación y comprobar que también se dirigía a Ponferrada a
empezar el camino se recostó como pudo. Aún le quedaban trece horas de trayecto.
El viaje, aunque fue bueno para su acompañante, la cual se tiró prácticamente la totalidad del
mismo dormida no lo fue tanto para el que no pudo pegar ojo. Su compañera accidental
había posado su cabeza en el hombro de Carlos emitiendo unos descomunales ronquidos,
causando risas y malestar del resto de viajeros que pensaban que iban juntos.
Finalmente, tras parar en muchas localidades, el autobús llegó a la Estación de Ponferrada,
donde se apeó junto con otros viajeros.
Aprovechando que su acompañante del bus tomaba café emprendió rápidamente ruta con su
bordón y rumbo al Castillo Templario construido sobre los Siglos XI o XII que ahora sirve de
Oficina de Turismo y de sede al peregrino.
No le costó mucho encontrar el camino al castillo, antes paró en una cafetería donde se tomó
un café solo con un donut. Necesitaba reponer fuerzas, kilómetros de distancia le separaba del albergue donde tenía que pernoctar esa noche.
Al poco ya estaba caminando bajo la imponente fortaleza, construida para aguantar batallas,
siendo esta última, la batalla con el tiempo, la que habría sido mas épica sin duda. Lanzando
una mirada global al complejo encontró lo que andaba buscando, la puerta donde
seguramente le estaría esperando un trabajador para sellar su primera estampa en la
credencial. Sin esos sellos sería difícil encontrar alojamiento en la red de albergues
distribuidos por todo el camino.
La entrada al castillo lo transportó atrás en el tiempo, se veía a sí mismo como un caballero
de la orden del Temple. Quizás tenía razón su visión de si mismo e igual necesitaba madurar.
Pero para él eso ahora no era impedimento para vivir esa experiencia.
En la puerta metálica azul, donde se podía leer en letras blancas: “Ayuntamiento de
Ponferrada, Oficina de Información – Camino de Santiago” un grupo de peregrinos
aguardaban su turno para entrar.
No reparó en la presencia de una chica, salvo que tenía un pendiente en la nariz, aunque sí
en el aroma que desprendía su perfume.
Tras el sellado correspondiente y el hacerse con un mapa del camino, otro mas para su
colección, comenzó a andar por esos parajes, atravesando para ello la ciudad, la cual estaba
llena de vida a esas horas. Camiones de reparto, taxis, autobuses sorteando a peatones
atrevidos, calles llenas de gente comprando.. Pronto dio con el cauce del rio que según el
mapa lo llevaría directo hacía la ruta xacobea.
Empezó a caminar, sin importarle cual solo se hallara. Kilómetro tras kilómetro lo hacía en
completa soledad, escuchando su pensamiento, pensamiento interrumpido por algún “Buen
camino” que le deseaba otro peregrino. Delante le quedaban aún kilómetros de esa soledad
que estaba empezando a disfrutar pero a cada uno que superaba mayor era el deseo de
seguir, al ver todo lo que había andando ya. Le recordaba su vida, todo sufrimiento vivido y
todo lo que tenía aún por vivir adelante.
De momento pocas fotografías había hecho, ya que ese sendero de viñedos por el que
transitaba desde hacía una hora parecía no tener fin. De vez en cuando se adentraba en
pequeños poblados donde podía saciar su sed en fuentes con letreros enormes que
advertían de que el agua que allí manaba no era potable. Carlos no le prestaba importancia a
ese hecho ya que los lugareños de la zona aseguraban que era todo "mentira" para que se
gastaran los cuartos en agua embotellada y que ellos estaban "hartos" de beber allí de forma
diaria. Incluso pudo comprobar como los aldeanos se llevaban a sus hogares litros y litros del
incoloro líquido.
A las horas de ese caminar en soledad llegó a su destino, la Base de Acampada de
Villafranca del Bierzo, que era servida por jóvenes scout voluntarios de la comarca del
Bierzo.
El recinto era grande. Enormes tiendas de campaña modulares a los lados, donde dormían
diez o quince personas en sacos de dormir sobre una gran colchoneta verde, estando al otro
los servicios y duchas donde el agua caliente escaseaba. En medio de todo esto una gran 
carpa servía de comedor comunitario para todos los alojados.

En la entrada, justo al lado de un gran cartel que informaba de las normas del campamento
dos chicas y un chico daban la bienvenida a la vez que sellaban la credencial, al peregrino
fatigado.
Tras dejar la mochila y ducharse tiró para abajo, para el pueblo. Necesitaba una cerveza y el
desconectar de tanta gente ya que parecía mas un acuartelamiento militar que un albergue
de peregrinos. No debía recogerse muy tarde porque cerraban sus puertas a la medianoche.
Tras sortear unas cuantas callejuelas y cuestas llegó a una plaza, posiblemente la plaza del
pueblo, donde vio algo que le llamaría la atención. Al final de la plaza, un toldo acogía las
mesas de un bar, toldo que tenía impreso el nombre del local: BAR SEVILLA. El encontrarse
allí un bar con el nombre de su ciudad lo reconfortó.
Se sentó y mientras esperaba que le sirvieran una cerveza y unas aceitunas se fijó en una
mesa contigua donde estaba una chica sola, escribiendo en un cuaderno. Una fragancia
conocida le llegó hasta sus fosas nasales. Ella notó que la estaban mirando y miró hacia el
foco de la mirada. Sus ojos verdes se quedaron fijos unos segundos en los de Carlos, que
pudo apreciar que era bella, blanca de piel, con cabello sobre los hombros enrojecidos por el
sol del camino y un piercing en su nariz. Debía tener treinta y pocos a juzgar por su estética.
Ella sonriéndole se tomó de un trago lo que le quedaba de la copa de vino blanco que se
estaba tomando y se levantó para perderse por las calles y de la mirada de Carlos, que tuvo
tiempo mas que suficiente para verle sus andares y un trasero apretado tras el pantalón del
chándal azul.
Esa cerveza le supo a gloria, no así las aceitunas. Estaban duras y con un aliño peculiar.
Pidió dos tapas y tras cenar subió de nuevo al campamento.
Todo estaba en silencio. Una única luz alumbraba la entrada. Casi a tientas, y ayudado con la
luz del teléfono móvil llegó a su tienda, donde mas personas dormían. Un pestilente olor le
sobrevino al entrar en su interior.
– Otra noche jodida – pensó para sí.
A la mañana siguiente se levantó temprano. Tenía la sensación de haber descansado lo
suficiente. Aun no había ni salido el sol pero ya estaba en la puerta un grupo de peregrinos y
uno de los jóvenes scouts sirviendo café. Carlos, que tenía los ojos hinchados y el pelo
desaliñado de alguien que se acaba de despertar, andaba a trompicones cargado con la
mochila. El chaval le acercó un vaso de plástico lleno de café. El calor del recipiente
reconfortó a Carlos. Hacía frio esa mañana. Seguramente ese no era el mejor café que había
tomado pero en ese momento, donde aun el sueño era dueño de el y donde las agujetas del
día anterior le brotaba como margaritas, pero lo cierto es que ese café le entró como si fuera
el mejor café del mundo.
Se acomodó la pesada mochila sobre unos ya doloridos hombros y depositó unos diez euros
de donativos voluntarios en señal de gratitud en la improvisada caja de la puerta.
Empezó a caminar en medio de la oscuridad. El frio hacía que le doliera todos los huesos.
Varios peregrinos le adelantaban y otros paraban a tomar algo de café.
El camino del pueblo acababa y se unía a una ruta de tierra señalizada con la clásica flecha amarilla que llevaba años orientando al peregrino.
Llevaba ya dos horas de caminata intensa. El sol había salido ya y calentaba con fuerzas.
Era curioso el cambio de clima, de noche refresca como el invierno del sur de España y por
la mañana y tarde se siente como en primavera.
Se colocó una gorra con el logotipo de la Expo 92 para evitar una lipotimia, aunque se estaba
empezando a marear. Quizás por el peso de la mochila que ahora le pesaba mas que antes
incluso. Pronto se dio cuenta del motivo; estaba subiendo una montaña. El mapa no daba
lugar a dudas, el siguiente punto era la aldea de O Cebreiro, y según la guía del peregrino
aún le quedaban kilómetros de subida infernal.
Cada paso era observado por la mirada cabizbaja de Carlos cuando en un despiste pisó una
piedra de canto rodado que le hizo perder el equilibrio cayendo al suelo dándose un golpe en
la rodilla derecha. No llega a ser por sus manos y hubiera dado con su mandíbula en el
empedrado suelo.
El dolor le superaba, así que se sentó un momento al borde del sendero. Aquella subida a O
Cebreiro a sus cuarenta y siete años era toda una locura para el.
– ¿Estas bien? le gritó una voz de mujer desde atrás.
El dulce aroma le embriagó nuevamente. Se giró y la vio, la muchacha de la noche anterior
que tomaba su vino en aquella plaza. Carlos aunque dolorido mantenía el orgullo intacto
– No ha sido nada, resbalé con una piedra que no vi, solo eso. - las manos flotaban
la dolorida articulación.
Ella se quito las gafas de sol y dejó ver de nuevo esos ojos verdes que se quedaron fijos en
los de Carlos.
Aparentaba unos treinta y pocos años alta como el de estatura, con una sudadera negra
abierta sobre una camiseta naranja de una conocida marca de refrescos y con ese piercing
en la nariz que la hacia mas seductora si cabe.
– Pues desde mi punto de vista te has dado un ostión del quince – la chica vio en la
lejanía como se caía.
Carlos no pensaba ahora en mujeres, pero había de reconocer que la chica no estaba nada
mal, así que hizo acopio de su masculinidad herida.
– No es nada, en peores me he visto.
Ella entonces le hizo un gesto de indiferencia y siguió su camino por esa ruta que parecía
fácil pero que en realidad era una subida prolongada.
– ¿En peores me he visto?. ¿En serio Carlos?, ¿te crees el jodido Rambo ahora o
que? - empezó a hablar solo viendo como la chica se marchaba.
El golpe le había fastidiado bien la rodilla, así que decidió descansar un poco mas para
proseguir mas adelante.

Al cabo de un rato apareció la mujer del autobús, que aunque con cierta obesidad iba a buen
ritmo. A su lado dos chicos jóvenes la acompañaban.
– ¡Buen camino! - dijo uno de los chicos agitando la mano.
– Buen camino... - logró responder este.
Curiosa forma de saludarse allí pensó mientras veía como se iba ese grupo.
Cuando se recuperó se puso a caminar por un camino de vegetación casi vertical, con rocas
a ambos lados. Desde la ladera se podía ver aun el inicio de esa ruta, todo lo que habría
avanzado y todo lo que le quedaba aún por avanzar, cosa que desmoralizó a Carlos.
Continuó la marcha. Piedras y mas piedras era la única visión que tenía. Agarrando las asas
de la mochila con la mano izquierda cogió con firmeza el bordón con la derecha. Cada paso
que daba con la pierna derecha hincaba en la tierra el palo.
A mitad de camino se paró en el único y raro bar que existe en ese lugar parecido a los
descritos en la novela de J.R.R. Tolkien “El Señor de los Anillos”. Se tomó un café y se fumó
un cigarro contemplando el paisaje verde que le quedaba. Era curioso observar como se
diferencia León de Galicia, la primera con trazos mas oscuros, como si de un cuadro de
Caravaggio se tratase con el verde frondoso de los prados gallegos.
Tras tomar el café emprendió la marcha, llegando a muy duras penas arriba, a O Cebreiro
donde era recibido el fatigoso peregrino por unas tiendas, que le hacia de veces de
bienvenida donde vendían conchas de recuerdo y demás tonterías a lo que Carlos no era
muy aficionado.
Las tiendas estaba abarrotadas de gente de muchos sitios. Le hizo gracia una pareja de
japoneses, que ataviados con ropajes del Apóstol, se hacían fotos en posturas muy
graciosas, casi llegando a rozar el ridículo.
Tras dejar ese bullicio de capitalismo absurdo se adentró un poco mas. Detrás de una
ambulancia de Cruz Roja, que estaban prestando asistencias a los peregrinos, divisó el
pórtico prerrománico de la iglesia de Santa Maria la Real.
Le llamó la atención su forma cuadrada con un túnel y un tejado que cubría la entrada. El
campanario se encontraba a la izquierda de la entrada y era igual de tosco que el resto del
edificio tal como era toda edificación de ese periodo de la historia. En ese momento pensó en
sus chavales y en lo que aprenderían allí en esos lugares cargado de tanta historia, historia
que el al decir verdad poco conocía.
Allí se encontraba pues Carlos después de todo eso. De pie, como un pasmarote ante la
anciana que le sellaba el credencial en la iglesia de O Cebreiro, mirando, aun por la escasa
luz que allí había en ese momento, debido al ambiente sombrío de la estancia, el grabado
que le dejó impreso en tinta azul.
Ese sello le dejaba desconcertado por lo que ponía: "Cabaleiros Do Santo Grial - O Cebreiro
- Lugo" y justo en medio del sello un cáliz.
– ¿Porque pone eso del Santo Grial?
Le preguntó a la anciana que estaba sentada en el mostrador con pintas de muy pocos
amigos al ver que este no echaba dinero en el cepillo de donaciones voluntarias.
– ¿Y yo que carallo sé? - respondió mirando por encima de sus gafas.
Carlos notó que una risa cortaba el silencio dejado por tal respuesta. Miró hacia los lados y
vio a la chica del piercing con una sonrisa en sus labios. El aroma de su perfume se
camuflaba con el del incienso que habían encendido en la entrada.
El le devolvió la sonrisa y salió con su credencial a fumarse un cigarro. Se apoyó sobre un
muro, esperando que saliera. Tenía interés por conocerla. Después de todo, un poco de
compañía en esos lares no le iban a sentar mal.
Al poco salió. Los andares de la chica le maravillaban. No quería que ella pensase que la
estaba esperando así que se puso a ver un mapa del sendero.
– No deberías fumar después de la paliza que te has dado para subir hasta aquí – el
sonido, acompañado por el inconfundible aroma del perfume delataba su
procedencia.
Carlos se giró y vio a la chica que le seguía sonriendo. Fingió sorprenderse de forma
exagerada.
– Me llamo Alicia, ¿y tu? - la chica parecía muy lanzada.
– Carlos – respondió tímidamente este.
– Tranquilo que no como, soy de Granada.. ¿y tu? - parecía como si la chica
tuviera el mismo interés en conocerle a el.
– De Sevilla. Pero empecé el camino en Ponferrada – contestó.
– ¿ Y que le hizo a un sevillano hacer este camino en soledad? - la chica no se
cortaba.
- Vine aquí porque necesitaba esto, necesitaba encontrarme a mi mismo – dudó un
momento si seguir o no con la conversación, al fin de cuentas no conocía de nada a esa
chica y le estaba haciendo demasiadas preguntas personales – Creo que lo mismo que hace
una granadina esté por aquí sola – cortó secamente para no seguir contando su vida.
Ella sonrió de nuevo
– ¿Y que? ¿te encuentras? - la chica parecía querer seguir con la conversación.
– En eso estoy, ahora lo que se es que me estoy fumando un cigarro con una
chica aquí en la puerta de una iglesia perdida de la mano de Dios. Eso es lo
único que de momento encontré.
Carlos quería zanjar la conversación e irse de allí, notaba que había hablado mas de la
cuenta,al fin y al cabo era una desconocida.
– Preguntastes a la vieja el porque del Santo Grial, te lo digo si me das un cigarro.
Dijo ella apartándose la melena del rostro, descubriendo aún mas su bellleza.
– Pensé que no querías después de decirme que yo no debería fumar por esta
caminata – Carlos ahora estaba empezando a disfrutar de la charla.
– Lo decía por tu edad – contestó riendo.
La risa no le hizo gracia a Carlos, que aunque rondaba los cuarenta y siente se conservaba
bastante bien. No le gustaba que nadie, menos una desconocida le juzgase.
Aun así sacó un cigarro y se lo dio a su misteriosa acompañante.
– Cuenta – empezó a contar la chica - que por el 1300 un aldeano subió el
monte que tu casi te matas, un día de lluvia, frio y un fuerte viento. El
párroco no esperaba a nadie y se disponía a cerrar el portón cuando vio al
lugareño que llegaba. El cura se burló de el al tiempo que se enfadaba ya
que no tenia ganas de dar misa. Según parece, en la consagración de la
Hostia y del vino Dios castigó al cura por su falta de fe, y obró el milagro de
convertir las dos especies en carne y sangre respectivamente.
– Pero eso no explica el porque del Santo Grial – cortó Carlos.
– Como iba diciendo antes de interrumpirme, los Reyes Católicos cuando se
encontraban de visita por Galicia, entraron en esta Iglesia y se enteraron del
milagro eucarístico. Aquí se veneraba, y se sigue haciendo, ademas un cáliz que
para muchos zumbaos data de la misma era de Cristo, pero se ha demostrado que
es del Siglo XII. Los Reyes Católicos se quisieron llevar la reliquia pero no
pudieron al encontrar impedimento en los frailes, y la dejaron aquí custodiada por
ellos.
– ¿Como sabes tanto de esto?
Carlos que era un apasionado de la historia desconocía eso, pero al decir verdad, salvo lo
obvio, desconocía muchas anécdotas históricas.
– Mi abuela es gallega me lo contó de pequeña.. bueno no ja ja ja - si era gallega,
pero lo leí en la Guía del Peregrino que llevo - señaló un libro que llevaba en la
seta de la mochila.
– Eres toda una caja de conocimiento por lo que veo – ironizó gracioso Carlos.
Ahora ambos reían, y se cruzaron nuevamente la mirada por un momento.
– Aunque seas viejo tienes una mirada seductora ¿sabes?
Carlos no estaba ahora para ligoteo a su edad, aunque esa conversación estaba renaciendo
la motivación que tenía perdida.
– Si nos volvemos a ver mas adelante te invito a un Valdepeñas, que se que al
menos te gustan.
– Dalo por hecho, me voy que no me gustaría llegar tarde a Triacastela – respondió
Alicia.
Acelerando el paso, la joven se perdió de la vista de Carlos.
– ¿Para que me he comprometido a invitarla a un vino? - pensaba Carlos, cuya única
motivación kilómetros atrás era la de hacer el camino en soledad.
El albergue de Triacastela estaba a mas de veinte kilómetros, y el quería pernoctar esa
noche en el albergue de Fonfria a unos once. Con la rodilla dolorida sentía que no iría a
llegar, al menos de una pieza. Ya tendría oportunidad mas adelante de volver a encontrarse
con la chica.
El resto de su camino lo realizó solo, con fuerte dolores en la espalda y rodilla. Parecía como
si el pueblo lo hubieran eliminado de mapa, ya que nunca llegaba por mas que andaba.
Con la cabeza baja solo veía sus pasos tras un camino árido, con alguna que otra piedra, la
cual esquivaba para evitar otra estúpida, e innecesaria caída. Dentro de si solo recordaba a
su esposa, a todos esos proyectos que tenían y que de la noche a la mañana se desvaneció
como la niebla.
Mezclando recuerdos con vivencias actuales se tornó todos sus pensamientos en un verde
esmeralda similar a esas cinco en forma de azucenas que adornan el pecho de la Virgen de
la Esperanza Macarena de su ciudad, regalo de un devoto Joselito el Gallo.
– Jodido orgullo el mio – se lamentaba cada pocos pasos el no haber sido sincero
con esa chica de ojos verdes. Quizás ahora estuviera allí con ella haciendo el
camino mas ameno.
Finalmente llegó al edificio de la Xunta de Galicia donde esperaban unos peregrinos, otros
andaban descalsos mientras tendían ropa y otros tomaban una lata de refresco en el porche,
mientras charlaban con otros peregrinos con los pies metidos en palanganas. Uno de esos
peregrinos se esforzaba por pincharse una gran ampolla que tenía en el dedo meñique ante
las risas de sus acompañantes.
El albergue estaba en ese momento lleno, así que orientaron a Carlos al Complejo deportivo
habilitado para dar alojamiento temporal a los peregrinos.
– Tanto andar para nada, seguro que no encuentro alojamiento y tengo que buscar
algún hostal – se lamentaba.
Aunque estaba cerca del complejo deportivo notaba como le dolía espalda y rodilla en ese
orden y se apenaba que no pudiera terminar el camino. Pensaba que era su fin en esa
Galicia; aunque lo mas importante aquí era llegar a ese complejo deportivo antes que un
grupo de diez chavales que también iban para allá. Tenía miedo a que le quitasen el sitio.
Al llegar a la puerta del complejo comprobó que había sitio para el y respiró aliviado. Salió a
la puerta y se sacó un cigarro encendiendolo malhumorado por todo ese día que había
tenido.
Estaba absorto en sus pensamientos, en Alejandra, en todo cuanto sueñas que de la noche a
la mañana se desvanece por caprichos del destino o de algún Dios, en este Camino de
Santiago, en Alicia y su culo cuando se iba dejando atrás a ese cuarentón, no quería
reconocer que estaba mas cerca de los cincuenta que de los cuarenta, que ahora fumaba
plácidamente su cigarro.
En esos pensamientos se encontraba cuando oyó una voz que se iba haciendo familiar:
– No debes fumar...
Alli estaba ella, en la puerta del complejo escribiendo lo que parece ser un diario. Carlos le
echó una rápida inspección ocular, el tiempo para saber que Alicia era hermosa, mas aun
ahora, con el cabello mojado, secándose al viento, indicio que se acaba de duchar, pies
descalzos sobre una chanclas del mercadillo con la bandera de Brasil, rostro enrojecido por
el sol, y ese piercing que la hacia tan atractiva.
Ignoraba que hacía en Fonfria cuando le dijo que iría hasta Triacastela, pero el se alegró que
estuviera allí.
– Apuesto a que quieres uno... le contestó Carlos alargándole el paquete de Chester.
Ella cogió uno y le pidió el mechero, al dárselo sus manos se tocaron un segundo, a lo que
ella le devolvió con una mirada convertida en silencio.
La tarde estaba ya disipándose y a Carlos le hacía falta una ducha ya que aun no había ni
entrado en el complejo, pero deseaba estar allí, en silencio frente a Alicia, consumiendo poco
a poco el cigarro mientras pensaba que la vida era eso, la consumación de todo cuanto
somos mientras nos vamos quemando poco a poco por las circunstancias.
En su interior deseaba que Alejandra estuviera allí, junto a el, ayudándole a llevar la carga
del sufrimiento que llevaba por mas de un año ya. Sufrimiento que le oprimía el pecho cada
vez que recordaba el día de su boda, abrazados los dos ante el pesado del fotógrafo que no
paraba de hacer fotos y mas fotos para después enmarcar solo una en el salón.
– Mañana quiero hacer noche en Sarria. Según he leído tiene un albergue brutal y se
puede hacer turismo por sus calles, ¿Cual es tu objetivo mañana? - Carlos le
preguntó y guardó luego silencio, no quería parecer impertinente, ni mucho menos
que se pensara que la estaba cortejando. Por un momento se olvidó de sus
dolores.
– Mañana me voy... cojo un taxi hasta Santiago - cortó el silencio Alicia.
– ¿ y eso?.. ¿A pasado algo?
– No te importa – Alicia miraba con una mueca burlona a Carlos.
– Si no me importa tanto, ¿como es que me lo has contado? - respondió riendo.
Alicia sonrió.
– Touché!..; me han llamado para que me incorpore mañana al curro.
– Vaya putada ¿ A que te dedicas? - Carlos en el fondo se alegraba. No sabía ni
siquiera si iría a continuar.
– Si te lo digo tendré que matarte luego.- bromeó esta.- Soy Guardia Civil en Madrid.
Carlos se quedó perplejo, ya que no la veía con el uniforme de la Benemerita.
– ¿ Y tú?, ¿ En que trabajas? - preguntó Alicia esperando la misma confianza.
Fumando la última calada de cigarro lo tiró y mientras lo pisaba con su bota le dijo:
– Ya que es tu ultima noche en estas tierras gallegas, ¿ que te parece si me ducho,
me cambio, cenamos algo por aquí y te invito a ese vino que te prometí? - De
"perdidos al rio" pensó.
– Venga, aquí te espero, pero no tardes ¿eh?. No quiero pasar esta ultima noche
esperando en la entrada de un gimnasio.
– ¡A sus órdenes! - exclamó mientras se cuadraba, recordando su época de mili en
Cerro Muriano, lo que le hizo gracia a Alicia.
Esa noche resfrescaba mas de lo normal pensaba Carlos mientras esperaba en el mismo
banco que estaba Alicia antes de subir a ducharse.
Tuvo que esperar largo rato para ducharse. Diez peregrinos hacían cola cuando el apareció
por las duchas. Pensaba que Alicia se habría cansado de esperar y se habría ido. Total, el
era un cerca cinquentón, y ella una chica que no pasaba de los treinta y cinco.
La rodilla le dolía bastante, y se estaba planteando seriamente la idea de acabar ese camino
a su interior porque no quería pasar de una excedencia a una baja médica.
Al poco apareció la joven Guardia Civil, con el pelo recogido y unos vaqueros ajustados.
– ¿Llevas mucho esperando? - el rostro de la chica estaba radiante.
– No, acabo de llegar - mintió Carlos que llevaría cerca de cuarenta minutos
esperando.
– Mientes muy mal, - rió ella mientras miraba al suelo.
En el suelo descansaban machacadas dos colillas, y una lata de Coca Cola que por la
humedad de la misma pudo determinar que aun estaba fría, dado a su vez que la máquina
expendedora de refrescos estaba a menos de dos metros.
– Ahora va a resultar que voy a cenar con toda una Sherlock Holmes- dijo
asombrado el.
– Teniente Sherlock por favor - matizó irónicamente Alicia.
– A sus órdenes pues, mi teniente – volvió a cuadrarse en un gesto gracioso.
El camino hasta el centro del pueblo estaba alejado, pero a el le agradaba caminar entre el
bullicio de peregrinos venidos de todas partes del mundo que tras una larga jornada de
caminata deseaban encontrar alojamiento en el albergue.
Ademas de estos había un grupo de personas con unas camisetas iguales verdes que
llevaba escrito “ Asociacion Española Amigos de la Arqueologia”.
– ¿A ver Sherlock, a que no sabes que hacen aqui estos chavales? - preguntó jocoso
– Pues estarán visitando algun yacimiento.. ¿ me equivoco?.
– Me juego contigo un Rioja a que están visitando la Cueva Eirós que está cerca de
aquí, donde se puede estudiar la transición entre los Neandertales y los primeros
humanos tal y como conocemos, ya que allí se encotraron restos de Homo
neanderthalensis y Sapiens. - el pecho de Carlos empezó a hincharse de orgullo.
– ¿ Debo de llamarte pues Indiana Jones?
– Antes me preguntastes a me dedico. Soy profesor de historia de secundaria, y
profesor de Historia del arte en un curso de Bachillerato.
– Viendo que estamos a marzo y que aun no han acabado las clases, y que ademas
estas haciendo el camino de santiago.. ¿desde donde empezastes?... - preguntó
Alicia como si estuviera resolviendo un caso.
– Desde Ponferrada.. interrumpió el sin saber a donde quería llegar.
– Pues eso, viendo que empezastes desde Ponferrada y que te quedan al menos
diez días, yendo a paso bueno, o bien te has pedido una excedencia, o bien te han
sancionado de empleo y sueldo, en caso de que seas funcionario publico, o te han
echado, en caso de trabajar en un colegio privado – resolvió esta.
– La primera.. dijo el mientras agachaba la cabeza, llevando sus pensamientos a
hace año y poco meses de la ultima vez que vio a su mujer postrada en esa cama
de hospital, mientras los médicos le inyectaban morfina para combatir el dolor que
la tenían con fuertes convulsiones por todo el cuerpo.
– Animo, descansa la mente. A todos nos viene bien – cortó dándose cuenta de que
sus pensamientos le causaban daño.
– Veo que eres muy observadora Teniente Sherlock, ¿a que unidad de la Guardia
Civil perteneces?
– Policía Judicial.. Patrimonio Histórico.
– Entonces estamos dedicados a lo mismo, tu proteges la historia, yo la enseño.
– No exactamente, digamos que yo busco obras de arte robadas entre otras cosas
mientras tu se las enseñas a chavales adolescentes para que sepan que robar el
día de mañana al ver el precio incalculable que tienen...
Carlos notó la broma en esas palabras y siguió caminando en silencio.
– Antes dijistes que te habían llamado desde tu trabajo para que te incorpores.¿ Han
robado alguna obra de arte?
– Es complejo de explicar, ademas de no poder contártelo por confidencialidad
policial, solo puedo decirte que es urgente que mañana coja un taxi hasta Santiago
de Compostela, y desde allí aterrizar en Sevilla, tu ciudad, donde me estará
esperando un agente que me llevará a Huelva, pero que es algo que no quiero
hablar ahora, ahora solo quiero despejarme y no pensar en el curro.
La noche pasó bien, cena y risas de ambos. No debían recogerse muy tarde por varias
razones: Alicia debía de salir temprano a la mañana siguiente pues debía estar en Santiago a las 08:30 para coger el vuelo de las 09:20, Carlos aun le quedaban kilómetros por recorrer de
ese Camino de Santiago y la mas importante, el Albergue cerraba a las doce sus puertas.
Antes de despedirse para dormir, ya que Carlos dormía en la cancha de baloncesto, en
esterilla y saco, como muchos allí, mientras que ella lo hacía a en igual de condiciones pero
en la planta de arriba que parecía que era una especie de gimnasio, la cogió del brazo:
– ¿Tienes Facebook? - su voz temblaba.
Alicia no pudo contenerse las risas antes una pregunta tan adolescente.
– Has pasado mucho tiempo con tus chavales de la ESO me temo.. jajaja – su risa
era bella, casi tanto como ella.
– Bueno, pues dame tu número de teléfono al menos, por si paso algún día por
Madrid – estaba haciéndole caso a sus amigos en cuanto conocer gente, aunque
se estaba arrepintiendo de esas palabras segundos después de haberlas
formulado.
– No, hagamos una cosa, dame tu tu número de teléfono, ya te llamo yo un día de
estos. Estaré por Andalucía un tiempo me temo. Me vendrá bien un buen vino
algún día.
Carlos le dió una arrugada tarjeta que sacó de su cartera.
Carlos Ramirez Gonzalez
 Profesor de Historia I.E.S. La Milagrosa
 Sevilla
Ademas figuraba el teléfono y una dirección web: Trabajos_Historia_4_Eso.blogger.com.
Ella guardó la tarjeta en su cartera dejando abierta el tiempo suficiente para que Carlos viera
la placa de Guardia Civil y el carnet profesional, y le dio un beso en la mejilla.
– Cuídate Indi, ya no estas para estar brincando por los montes cual cabra de la
legión – aconsejó ella.
A Carlos le molestó que estuviera juzgándole por su edad, pero esa comparación con Indiana
Jones le hizo gracia.
– Igualmente Teniente Sherlock
Ella se giró y de espaldas se metió la cartera por el bolsillo trasero del pantalón vaquero.
– No me mires el culo – dijo burlona
– No lo hago.. mintió el mientras la observaba.

A la mañana siguiente Carlos se levantó temprano para poder despedirse de Alicia, aunque
esta ya se habría ido, así que pensó que no la volvería a ver mas.
Se aseó en el aseo colectivo del complejo que tenía manchas de suciedad en el espejo y
azulejos que ya habían perdido el blanco original y se fue a un bar de enfrente a ver si
desayunaba algo decente.
El día se había levantado fresco, con cielos grises que amenazaba tormenta o lluvia
esporádica pensó mientras alzaba la vista.
En el bar no había mas que el camarero, y dos peregrinos, que al juzgar por su forma de
hablar era ingleses, ademas de un hombre mayor, vecino de la zona seguramente, tomando
una copa de anís matutino, costumbre que nunca habría entendido Carlos.
– ¿Buenos días, que le pongo? - preguntó el hombre del bar con un claro acento
gallego.
– Buenas, café con leche y “tostá” entera de mantequilla.
– Marchando..
Al rato vino con una tazón descomunal de café con leche y dos rebanadas de pan de molde
tostadas y una tarrina de mantequilla.. “ con esto no tengo ni para empezar”, pensó este al
estar acostumbrado mas a los desayunos del sur de a Península, donde te pone un café en
vaso normal y una pieza de pan, viena o mollete.
Empezó a desayunar mientras le llamó la atención lo que estaba echando por la televisión
del local.
“ Encuentran muerto en la tarde de ayer por arma blanca al sacristán José Álvarez del
Monasterio de La Rábida de Palos de la Frontera, Huelva.
Así mismo las autoridades encontraron desperfectos en su interior y la profanación de una de
las tumbas que allí se ubica, sin concretar daños materiales.
Según recoge fuentes del Ministerio Armado, en su fachada oriental encontraron escrito “ La
única iglesia que ilumina es la que arde”
– Estos rojos siempre liándola – objetó el anciano.
Pero Carlos no escuchaba mas, se preveía que el motivo por el que su nueva amiga se
habría ido tendría que ver y mucho con ese suceso.

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